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Cuando somos jóvenes, el ejercicio nos permite correr una carrera después de trasnochar o surfear en la nieve con una dieta a base de Doritos. Pero a medida que envejecemos, estar en forma se vuelve mucho más importante, ya que aumenta nuestros niveles de energía, previene lesiones y mantiene ágil nuestra mente.
El envejecimiento hace que los músculos pierdan masa, la densidad ósea disminuya y las articulaciones se vuelvan más rígidas, lo que afecta al equilibrio, la coordinación y la fuerza. Al mismo tiempo, los cambios hormonales y la inflamación persistente de bajo nivel pueden preparar el terreno para enfermedades crónicas como el cáncer, enfermedades cardiovasculares y la diabetes.
Y los cambios empiezan antes de lo que uno piensa. Los músculos comienzan a encogerse a los 30 años y continúan su espiral descendente en la mediana edad, llegando a perder hasta el 25 por ciento de su masa máxima a los 60 años.
Pero hay esperanza: el ejercicio puede frenar la pérdida muscular, el deterioro cognitivo y la fatiga. “Nunca es demasiado tarde ni demasiado pronto para empezar a hacer ejercicio”, afirmó Chhanda Dutta, gerontóloga del Instituto Nacional del Envejecimiento.
Sin embargo, no puedes empezar así como así a levantar 70 kilos en el gimnasio. Empieza poco a poco, experimenta y aumenta la intensidad de manera gradual.
Los expertos sugieren ejercicios que se enfoquen en una o más de cuatro categorías de la condición física, que se deterioran con la edad: flexibilidad, equilibrio, resistencia y fuerza. Preservar la función en estos ámbitos puede evitar lesiones y discapacidades y mantenerte activo e independiente durante más tiempo.
Según Brian Feeley, jefe de medicina deportiva de la Universidad de California en San Francisco, no hay un ejercicio que funcione como una fórmula mágica para prevenir el envejecimiento. Se recomienda trotes ligeros o caminatas para que tu cuerpo siga activo.